Ficus talado y arrancado. Alicante

miércoles, 8 de octubre de 2014

Robert Doisneu, un fotógrafo parisino en Málaga.

Arte Fotografía

El día que Doisneau venció la timidez

  • La Térmica de Málaga acoge una retrospectiva sobre el retratista de los suburbios parisinos por excelencia

Con su barba descuidada y su inseparable Rolleiflex, Robert Doisneau (Gentilly, 1912 - París, 1994) no era de los que vestía con sombrero de ala ancha ni chaqueta de terciopelo. Bajo ese aspecto desaliñado que, según sus propias palabras, le hacía parecer "un bárbaro sin educación", se escondía un tímido joven que comenzó fotografiando aceras y adoquines.
A pesar del reparo que al principio le daba inmortalizar a los viandantes que el azar ponía en su camino, los años le convirtieron en el retratista de los suburbios parisinos por excelencia. "Yo sentía no poder estar más cerca de la gente, pero no me atrevía a acercarme mucho. Y son precisamente estas imágenes, las que tienen mucho aire alrededor, las que resultan más conmovedoras", le confesó en cierta ocasión a Sylvain Roumette durante una entrevista.
Del 10 de octubre al 7 de enero, el centro cultural La Térmica de Málaga acoge Robert Doisneau. Retrospectiva, un paseo por el trabajo de este artista que, a través de 50 imágenes en blanco y negro, desvela cómo y por qué ha pasado a la historia por ser uno de los representantes de la fotografía humanista más destacados de todos los tiempos. (Ver álbum de la exposición).
'Los mandiles de Rívoli', 1978.
Cansado de las atrocidades que trajo consigo la Segunda Guerra Mundial, en la que combatió hasta el año 1940, la muestra se hace eco de esa sensibilidad que le permitió convertir pequeñas anécdotas cotidianas en obras de arte llenas de una delicada benevolencia. Como solía decir, "las maravillas de la vida diaria son apasionantes. Ningún director de cine puede organizar las sorpresas que te puedes encontrar en la calle".
Una vez tomadas, Doisneau no solía volver a contemplar sus fotografías. Eso le provocaba la misma sensación que ver su álbum familiar, un sentimiento que le hacía ser consciente del paso del tiempo de una manera brusca y vertiginosa. Sin embargo, cuando se le preguntaba por el secreto de una buena foto, su respuesta era, paradójicamente, la siguiente: "Existe esa cosa misteriosa que se cuela por azar y a la que yo llamo 'el encanto'. Esa especie de aroma surge mucho tiempo después. Hay imágenes que envejecen bien y que envejecerán cada vez mejor. Ésas son las buenas fotos".

La forja de un estilo

Aunque comenzó como autodidacta, leyendo las instrucciones de las cajas de emulsión para revelar, Doisneau encontró en André Vigneau a uno de sus mayores maestros. El polifácetico artista, que lo mismo le prestaba libros sobre sensitometría que le cedía su cámara fotográfica de madera, supo transmitir a su discípulo su preocupación por la iluminación y los volúmenes.
Posteriormente, además de interesarse por los trabajos de Man Ray o Brassaï, se codeó con los mismísimos Henri Cartier-Bresson y Robert Capa. Por su parte, el intelectual Robert Giraud se encargó de acercarle a la vida nocturna de la capital francesa, donde encontró una fuente de inspiración que puso a prueba su paciencia y su tesón en no pocas ocasiones: "París es un teatro en el que se paga asiento con el tiempo perdido. Y yo sigo esperando".
'Los amantes del Hôtel de Ville', 1950.
Además de permanecer al acecho, pendiente de cualquier instante que poder capturar de un disparo, Doisneau también construyó algunos momentos para inmortalizarlos después. Es el caso de una de sus fotografías más famosas, la que más disgustos le costó cuando, en 1993, los dos protagonistas de El beso del Hôtel de Ville presentaron sendas demandas de derechos de imagen.
Finalmente, la justicia dio la razón al fotógrafo, que aportó como prueba la serie completa de fotos tomadas en distintos puntos de París con los mismos jóvenes, con quienes había pactado de antemano el posado. Al fin y al cabo, Doisneau siempre quiso mostrar la vida "no como es, sino como debería ser".